martes, 29 de noviembre de 2011

Agencia NAN: crítica de la obra

En una obra que es todo menos tibia, la violencia de género es el mal encarnizado con mayor o menor grado de represión en los quince actores dirigidos por Román Podolsky.

Por Lola Kuperman

Buenos Aires, noviembre 29 (Agencia NAN-2011).- “¿Estás para el pozo?”, pregunta un joven sobre una banqueta en el principio de un largo pasillo en cuadrillé de una casa chorizo. La respuesta afirmativa del espectador lo llevará a la antesala de El pozo donde se encuentran: un cuadrilátero limitado por bancos y una pequeña cocina con un mate aún por cebar. Tras avanzar en fila india hasta la sala final del gran complejo que es Timbre 4, las sillas, la única escenografía de la obra, le advierten al espectador que deberá sentarse lejos. Lo más lejos que pueda: lo que está por ver será todo menos tibio.

El resultado final del Taller de Montaje de egresados de Timbre 4 habita en un único hilo conductor que fragmenta la historia en pequeñas escenas. La violencia de género es el mal encarnizado con mayor o menor grado de represión en los quince actores dirigidos por Román Podolsky. La tensión nacerá con los pasos de los intérpretes bajando la escalera al costado de la sala y con ellos se deslizará el efímero artificio de ficción. Sin embargo, por la cruda temática y la vasta posibilidad de identificación que ella ofrece, la violencia verbal o física trascenderá los pactos ficcionales como una daga al corazón del espectador.

“Te quiero tanto que te molería a golpes”, sentencia un hombre a su pareja. “Si la matás, es peor”, le confiesa un asesino a otro, mientras sus mujeres deambulan por el escenario con el maquillaje corrido, desalineadas, golpeadas, muertas. El rouge rojo que se desliza por los labios hasta el mentón y el delineador negro esparcido de modo irracional entre los ojos y los cachetes unirán a las víctimas hasta hacerles perder su identidad: son todas mujeres maltratadas.

El “cómo” será diferente en cada caso y aquí la dirección actoral se hace presente. Una de las mayores virtudes de El pozo… es no caer en el preconcepto mediático acerca de la violencia de género. Las parejas que retrata la obra están formadas sobre cimientos heterogéneos: se caracteriza a una mujer sumisa a su pareja, pero también a la mujer independiente en una relación aparentemente saludable. Sobre estas líneas, el enredado dúo ficción/realidad se desmenuza ante la mirada del actor sobre el público: la violencia de género no es efímera ni fantástica sino real.

Sin dudas, El pozo donde se encuentran lleva detrás un proceso de creación colectiva. Los actores Juan Manuel Apat, Gonzalo Bueno, Ignacio D´Olivo, Hernan Lewkowicz, Fernando Sala, Harri Gardenia y Sebastián Romero aparentan unirse bajo una misma arma de doble filo: la honestidad. Las víctimas, quienes más que ellas: Magdalena Barril, Silvia Bassi, Mercedes Carbonella, Verónica D´amore, Romina Ganovelli, Eladia Grosso, Mariana Nobre y Josefina Scaro. La participación escénica será el único equilibrio que habrá en la obra. El resto: un mini componente que reproduce canciones descalibradas o la violencia latente en las extremidades de los hombres desestabilizan al espectador hasta el punto de quiebre. Quien vea esta obra se llevará consigo una hipersensibilidad a los gritos que expirará tras un par de días.

La obra transcurrirá como el espejo de una relación enfermiza, en que el terror se anticipa y se palpita hasta que explota en el apogeo del aplauso final. Jugar/hacer y ser/parecer son las dicotomías neurálgicas de la historia. “Pero la palabra más importante de la lengua tiene sólo dos letras: es”, escribió Clarice Lispector y los mujeres maltratadas de El pozo… parecen coincidir. Si es, no se está jugando ni está pareciendo, está siendo, y lo que es jamás puede no ser.

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